En un pequeño y tranquilo pueblo, enclavado entre colinas onduladas y prados exuberantes,
un espectáculo inusual captó la atención de muchos curiosos.
No se trataba de la última maravilla tecnológica ni de una obra de arte vanguardista.
No, era una humilde gallina llamada Henrietta,
con un talento sorprendente: podía tocar el teclado.