Un gato canta un villancico, un niño delira al salir del dentista por la anestesia y una pareja de hipsters transforma un autobús escolar en su casa.
Son tres historias virales que has podido leer hoy, hace un año o pasado mañana, y todas tienen más o menos el mismo interés. 🚽.
Resulta que una de esas tres historias está protagonizada por un alemán que ha estudiado dirección de cine, y que, para desgracia de los espectadores, no es ni el gato ni el niño. Se llama Felix Starck, es un querubín con sombrero, tiene 28 años, y hace dos decidió emprender un viaje con su novia, Mogli –desconocemos si el nombre es real o artístico–, y su perro, Rudi –ídem–.
Como si se hubieran fumado un catálogo de Ikea mientras miraban el Stories de Instagram, compraron un típico autobús escolar estadounidense y lo transformaron en un pisito con ruedas para recorrer América cámara en mano. Hasta aquí todo muy cuqui, como podéis ver en el tráiler.
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Por si el alemán no es tu fuerte, en Netflix ya lo tienes subtitulado al español, aunque ya te avanzamos que no gana mucho. El documental lleva el casi obsceno título de Expedition Happiness (Expedición Felicidad), y tiene todos y cada uno de los elementos necesarios para NO entrar NUNCA en nuestra lista de mejores documentales originales de Netflix. ¿Por qué?
Lo que empieza como una versión soft de Bricomanía –la parte en la que convierten el autobús en una caravana– deriva en un reality viajero que le haría subir el azúcar a Paulo Coelho. El trío (que el perro tiene bastante protagonismo como comentaremos a continuación) atraviesa espectaculares paisajes de Estados Unidos sin aportar ninguna información sobre los mismos, sin interesarse por la historia o la cultura del lugar en cuestión y repitiendo como papagayos frases hechas sobre los atardeceres, el sol que acaricia la piel, el aire puro, la ultra aventura de ser un turista que se sale un poco de la ruta turística y de la puñetera zona de confort. Un filósofo se traga los dientes en su tumba cada vez que alguien pronuncia esas tres palabras.
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Empiezan las quejas. Esto es lo más insufrible. El durísimo reto que se han autoimpuesto implica por ejemplo que tengan que pasar por carreteras con baches. Pero estos dos seres humanos tienen mucha fuerza espiritual y se sobreponen a semejante contratiempo. Y pueden seguir horneando muffins en la cocina del autobús, menos mal.
Como en Siria, pero peor. Llega el momento que realmente toca la moral. Resulta que, como cualquier turista europeo en Estados Unidos, tienen un visado de un mes. Llegado ese punto van hasta Canadá, pensando que por salir un ratito les van a conceder otro mes extra al volver a Estados Unidos. Y no. Bueno. El drama.
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Mogli, la novia, coge la cámara en un arranque de dignidad y entre gimoteos se retrata a sí misma como una refugiada a la que el gobierno le roba la identidad. ¡Cómo se atreve un país a usurparle su derecho a ser feliz! La indignación se agrava porque el perro está pachucho y en la frontera lo dejan un rato al sol. Maltrato. Acoso. Injusticia. Genocidio.
A estas alturas, a menos que seas un sectario de Mr Wonderful, quitarás como yo el documental cabreado por haber perdido el tiempo compartiendo el profundo snobismo y superficialidad de la pareja (al perro lo dejo fuera, pobre). Expedition Happiness es una de las cumbres del postureo, el mejor retrato que he visto últimamente de hasta dónde puede llegar el absurdo de una generación narcisista, inculta, banal y aburridísima.
Ah, creo que vendieron el autobús en México (real) y volvieron a Alemania patinando sobre un arco iris gigante (por verificar).