A medida que la escena se desenvolvía, el niño, rebosante de determinación e inocencia, subió al escenario para iniciar su actuación.
Su voz, con una madurez y habilidad que iban mucho más allá de sus años, cautivó tanto al público como a los jueces.
Sin embargo, no fue solo la excelencia de su canto lo que provocó que Cowell se retorciera de risa; fue el giro inesperado, o quizás la pura exuberancia que emanaba de la actuación del niño.