Andrei observó el objeto que la niña le entregaba con una mano temblorosa. Era un viejo medallón de oro, con un patrón complicado grabado en su superficie. Al tomarlo de la pequeña mano, un escalofrío extraño le recorrió el cuerpo.
—¿Qué es esto? —preguntó, pero la niña solo parpadeó; su mirada estaba borrosa y confundida.
—¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? —insistió Andrei, pero sin éxito. La niña solo inclinó la cabeza y fijó la vista en el medallón que él sostenía.
El pánico volvió a apoderarse de él. Tenía una cita muy importante, pero no podía dejar a la niña sola allí. Tampoco podía llevarla al hospital: demasiadas preguntas, y ya iba tarde. Si llamaba a la policía, todo se complicaría aún más.
—¡Maldición! —murmuró mirando el reloj—. Escucha, te llevaré a mi casa, llamaré a la oficina y diré que tengo una emergencia. Luego aclararemos todo esto, ¿de acuerdo?
La niña no respondió, pero parecía tranquila. Andrei encendió el motor y condujo hacia su apartamento, preocupado y frustrado. El medallón pesaba en el bolsillo de su abrigo.
Al llegar, sentó a la niña en el sofá, le dio un vaso de agua y algunas galletas. Luego llamó a su oficina e inventó una excusa sobre un familiar enfermo. Su jefe, Marius, no se mostró entusiasmado, pero aceptó la situación.
Mientras la niña comía las galletas, Andrei examinó el medallón con más atención. Era realmente antiguo, quizás incluso una reliquia. Tenía inscripciones en un idioma desconocido, y en el centro había una piedra verde oscura, casi hipnótica.
—¿Cómo te llamas? —volvió a preguntar Andrei, esta vez con voz suave.
—María —respondió la niña, sorprendiéndolo. Su voz era clara como una campanita—. Debes protegerlo.
—¿Proteger qué? ¿El medallón?
María asintió. —Lo están buscando. No deben encontrarlo.
Andrei sintió una mezcla de confusión e irritación. Estaba atrapado en una situación absurda: una niña que hablaba en acertijos y un medallón misterioso.
—¿Quiénes son “ellos”, María? ¿Y por qué es tan importante este medallón?
Pero la niña no dijo nada más. Cerró los ojos y se quedó profundamente dormida en su sofá en cuestión de segundos.
Andrei se pasó las manos por el cabello con frustración. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Llamar a la policía? ¿A servicios sociales? ¿Y cómo iba a explicar esta situación?
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el timbre del teléfono. Era un número desconocido.
—¿Hola? —respondió con cautela.
—¿El señor Andrei Munteanu? —preguntó una voz masculina, profunda y autoritaria.
—Sí, soy yo.
—Soy el comisario Radu Ionescu. Estamos buscando a una niña desaparecida. Tenemos información de que usted podría haberla visto esta mañana.
Andrei tragó saliva. ¿Cómo lo sabían? Nadie había presenciado lo ocurrido.
—No sé de qué me está hablando —mintió, mirando a María, que seguía durmiendo.
—Señor Munteanu, es de suma importancia que coopere con nosotros. La niña lleva un objeto de valor histórico incalculable que debe ser asegurado de inmediato.
Andrei sintió que el medallón en su bolsillo pesaba aún más. Algo no estaba bien. El comisario no mencionó el nombre de la niña, ni parecía preocupado por su estado.
—Lo siento, no puedo ayudarle. No he visto a ninguna niña hoy.
Siguió una larga pausa. —Entiendo —dijo finalmente la voz—. Espero que sea consciente de la gravedad de la situación, señor Munteanu. Continuaremos con nuestras investigaciones.
Después de colgar, Andrei se quedó inmóvil por un momento. ¿Quién era realmente ese «comisario»? ¿Y por qué parecía más interesado en el medallón que en la niña?
Miró a María, que aún dormía, su rostro angelical contrastando con el oscuro secreto en el que parecía estar envuelta.
Andrei tomó el medallón y lo observó de nuevo. La piedra verde del centro parecía latir levemente, como si estuviera viva.
Y entonces, sin advertencia, llegaron los recuerdos. No eran suyos, pero se sentían como tal. Vio templos antiguos, ceremonias secretas, personas con túnicas oscuras.
Vio el poder del medallón, cómo controlaba elementos y abría puertas a otros mundos.
Andrei soltó el medallón con un sobresalto. ¿Qué le estaba pasando?
—Empiezas a entender —dijo María, que se había despertado y lo miraba fijamente. Ya no parecía una niña de seis años. Sus ojos tenían una profundidad imposible, como si pudieran ver siglos.
—¿Quién eres realmente? —preguntó Andrei con voz temblorosa.
—Soy la guardiana. Y tú has sido elegido, Andrei. Llevamos siglos buscando a alguien como tú.
—¿Elegido para qué? ¡No entiendo nada!
María se levantó del sofá y se acercó a él. —El medallón es una llave. Una de siete, creadas al inicio del tiempo. Ellos quieren reunirlas todas para abrir la puerta.
—¿Qué puerta? ¿De qué estás hablando?
—La puerta hacia la oscuridad. Si lo logran, tu mundo se acabará.
Andrei rió nerviosamente. —¡Esto es absurdo! ¡Son solo cuentos!
María lo miró con profunda tristeza. —Lo viste. Lo sentiste. Sabes que digo la verdad.
Y en efecto, en lo más profundo de su ser, Andrei lo sabía. Esos recuerdos que no eran suyos, la sensación al tocar el medallón… todo era real.
—¿Por qué yo? —preguntó con resignación.
—Porque tienes el alma de un protector. Son raros —y con cada generación, más raros aún. Tú puedes portar el medallón sin que te corrompa.
Andrei miró el medallón en el suelo. Ahora parecía un objeto común, pero sabía que no lo era.
—¿Y qué debo hacer?
—Debes ayudarme a encontrar los otros medallones, antes que ellos lo hagan.
—¿Quiénes son “ellos”?
—Se hacen llamar la Hermandad de las Sombras. Viven entre ustedes desde hace miles de años, esperando el momento indicado. El detective que te llamó… es uno de ellos.
Andrei recordó la voz fría y autoritaria. —¿Y si me niego?
María lo miró con una intensidad que le dio escalofríos. —Entonces te perseguirán de todos modos. Ahora que has tocado el medallón, estás unido a él. Harán daño a cualquiera que te importe con tal de obtenerlo.
Andrei pensó en su familia, en sus amigos. No podía arriesgarse.
—Está bien —dijo al fin—. Te ayudaré. Pero quiero saberlo todo.
María sonrió por primera vez —una sonrisa extrañamente madura para un rostro tan joven.
—Primero debemos ir a un lugar seguro. Ya saben dónde estás.
Como si confirmara sus palabras, se escucharon golpes fuertes en la puerta.
—¡Policía! ¡Abran!
Andrei y María se miraron. No era la verdadera policía.
—¿Hay una salida trasera? —susurró María.
Andrei asintió. —Por la cocina, la escalera de emergencia.
—Toma el medallón y vámonos. ¡Rápido!
Andrei recogió el medallón del suelo y volvió a sentir ese extraño escalofrío. Lo metió en el bolsillo y tomó la mano de María.
Mientras corrían hacia la cocina, la puerta principal comenzó a temblar bajo los golpes. Pronto cedería.
La vida de Andrei había cambiado para siempre. En una sola mañana, pasó de ser un gerente común a protector de un antiguo artefacto —huyendo de una organización secreta, junto a una niña enigmática que no era lo que aparentaba.
Y eso… era solo el comienzo.