El concursante, con nervios palpablemente evidentes, ofreció una actuación que no tuvo nada menos que un efecto cautivador.
Con cada nota cantada o cada movimiento ejecutado, puso su corazón y alma en su arte, dejando una impresión indeleble en todos los que fueron testigos.
Para Cowell, conocido por su ojo crítico y su honestidad a menudo brutal, esta actuación tocó una fibra sensible como ninguna otra.
Mientras las últimas notas se desvanecían en el aire, un silencio poco característico descendió sobre el auditorio.
Luego, en un momento que sería contado y reproducido innumerables veces, Cowell, visiblemente conmovido, se levantó de su asiento.