La escena se desarrollaba en el escenario de una competencia televisada de talentos,
donde aspirantes a artistas competían por reconocimiento y fama. Entre ellos estaba un niño,
cuyo nombre pronto podría resonar en los pasillos de la historia musical.
Con la inocencia en sus ojos y una voz que parecía cargar con el peso de los siglos,
subió al escenario, sosteniendo un simple micrófono pero manejando un poder más allá de toda medida.
Cuando las primeras notas de su canción llenaron el aire, se sintió un cambio palpable en la atmósfera.
El público, acostumbrado a espectáculos de habilidad y destreza, cayó en silencio, atraído por la órbita de esta actuación singular.
Cada letra parecía tejer un tapiz de emociones,
extrayendo de las profundidades de la experiencia humana y desnudando la esencia pura de la condición humana.