«Tengo buenas noticias, dijo el doctor…» — esas fueron las últimas palabras que Andrew escuchó de su esposa.
Carolyn Meyers estaba embarazada de siete meses cuando acudió a otra cita de control con su médico, el doctor David Bennet.
Durante esos siete meses, él no solo se convirtió en su médico tratante, sino también en un verdadero pilar de apoyo en un embarazo difícil y lleno de tensión.
Todo el equipo médico ya se sentía como parte de la familia.
A diferencia de visitas anteriores, en las que las lágrimas eran casi inevitables, ese día fue distinto.
El médico incluso esbozó una leve sonrisa y dio buenas noticias: el bebé se desarrollaba normalmente y no había motivo de preocupación.
Al salir del consultorio, Carolyn sintió como si se quitara un gran peso de encima.
Se dirigió hacia la salida para llamar inmediatamente a su esposo y compartirle las buenas noticias.
Y justo en ese momento — el vestíbulo, la puerta abierta, el teléfono sonando — se oyó la voz de Andrew:
— Hola, cariño. ¿Cómo estás? ¿Qué dijo el doctor?
— Hola, amor —respondió ella sonriendo—. Qué lástima que te adelantaste. Justo estaba por llamarte… ¡Tengo buenas noticias! El doctor dijo…
Y entonces — un silencio repentino. No una pausa común, sino un silencio profundo y aterrador que presionaba los oídos.
— ¿Carolyn? ¿Hola? ¿Dónde estás? ¡¿Alguien, por favor, responda?!
Pero no hubo respuesta. Ni un sonido. Ni una respiración.
Andrew conocía ese silencio.
Ya lo había escuchado antes — cinco años atrás, cuando perdió al mismo tiempo a su novia y a su mejor amigo, quienes lo traicionaron juntos.
Entonces se juró a sí mismo: nunca más volvería a abrir su corazón. Pero el destino tenía otros planes.
Conoció a Carolyn en un club — un lugar que normalmente se asocia con encuentros superficiales, no con relaciones serias.
Pero entre ellos surgió una química increíble. Fue uno de esos encuentros raros tras los cuales no puedes dormir, pensando en esa persona.
No se atrevió a pedirle su número — por miedo. Pero ella se le acercó, se lo dio y le dijo:
— Sin esto, nuestra noche estaría incompleta. Me llamo Carolyn. Y por cierto… menos alcohol, ¿sí?
Veintiocho horas después no pudo resistir más y la llamó. Desde ese día no se separaron.
Los primeros días de su relación no fueron fáciles. Dos semanas después de conocerse, Carolyn tuvo un accidente en moto.
El contacto se interrumpió de repente, y Andrew no supo si seguía viva hasta que escuchó su voz dos días después.
Fue de inmediato al hospital, y fue allí donde se dieron su primer beso.
Once meses después de conocerse, él le propuso matrimonio, citando a Jane Austen:
— Ya no puedo ocultar mis sentimientos. Debes saber cuánto te amo. Déjame ser tu esposo.
Se casaron solo seis semanas después.
Dos meses después, Carolyn descubrió que estaba embarazada.
Pero ya en la primera ecografía se vio que no sería un embarazo fácil.
El bebé era más grande de lo normal, lo que significaba que era necesario realizar una cesárea.
Además, le diagnosticaron SOP — síndrome de ovario poliquístico, lo que aumentaba considerablemente el riesgo de aborto espontáneo.
Le recetaron metformina, una dieta estricta y seguimiento médico constante.
En el quinto mes de embarazo incluso fue hospitalizada — los análisis mostraron un alto riesgo de aborto.
Solo fue dada de alta tres semanas después, cuando su estado se estabilizó.
Cada cita con el doctor venía acompañada de ansiedad y miedo.
Y justo el día en que finalmente escuchó las esperadas palabras «todo está bien», el destino intervino de nuevo…
La llamada se cortó de repente. Andrew se apresuró inmediatamente al hospital.
En el camino recibió una noticia terrible: Carolyn había sido atropellada, y su vida corría grave peligro.
Los médicos tomaron la decisión de realizar una operación de urgencia — de lo contrario, el bebé moriría.
Carolyn apenas recuperaba la conciencia, pero una y otra vez susurraba:
— Por favor… salven a mi bebé… no lo dejen ir… que viva…
No eran simples palabras. Era una súplica nacida del instinto materno. Por su hijo, estaba dispuesta a dejar su propia vida.
El bebé nació con vida. Carolyn lo tomó en brazos y susurró:
— Es tan hermoso…
Y perdió el conocimiento.
Los médicos comenzaron la reanimación. Solo volvió en sí por unos instantes. Miró al doctor, le apretó la mano y dijo suavemente:
— Prométame… cuide de mi hijo… pase lo que pase…
Esas fueron sus últimas palabras. Segundos después, falleció.
Cuando Andrew llegó al hospital, le entregaron al recién nacido.
Pero no pudo mirarlo — el niño se había convertido en un símbolo de una pérdida irreparable.
Andrew se fue. Desde entonces, nadie volvió a saber de él.
Pero el doctor David Bennet no pudo olvidar las últimas palabras de Carolyn:
«Cuide de mi hijo»
Tomó una decisión — adoptaría al niño.
No fue una decisión impulsiva. Durante años, el doctor y su esposa habían intentado sin éxito tener hijos.
Habían pasado por tratamientos, decepciones y lágrimas.
Y ahora había un niño que necesitaba protección, amor y una familia.
Un niño por quien una mujer había dado su vida.
Lo llamaron Ronald Meyers. El primer nombre — como homenaje a la gracia de Dios; el apellido — en memoria de la madre que hizo lo imposible por su hijo.
Hoy, Ronald tiene catorce años. Conoce la verdad.
Sabe que nació gracias al amor, que su madre dio la vida por él.
Y que el médico en quien ella confió, se convirtió en su padre.