Boris seguía a Carina por la ciudad, manteniendo suficiente distancia para no ser descubierto, pero lo bastante cerca como para no perderla de vista.
Ella cruzó el parque central, hizo una breve parada en una floristería donde compró un ramo de lirios blancos, y luego subió a un autobús en dirección a las afueras.
Boris también subió y se sentó unas filas más atrás.
Su mente se negaba a creer en coincidencias. La alianza de Nina, que había desaparecido del joyero… ¿cómo había acabado en manos de esa mujer?
El autobús se detuvo en un barrio residencial tranquilo, con casas modestas pero bien cuidadas.
Carina bajó y se dirigió hacia un edificio de dos plantas pintado de azul claro. Boris la siguió, sintiendo un nudo de tensión doloroso formarse en su estómago.
Subió las escaleras y abrió la puerta sin tocar el timbre, como si fuera su propia casa.
Boris esperó un momento y luego se acercó.
La casa tenía grandes ventanas, y las cortinas delgadas dejaban entrever el interior.
Se pegó a la pared exterior e intentó mirar dentro sin ser visto.
Dentro de la sala, Carina entregó el ramo a un hombre alto, de cabello gris.
Él la besó en la frente y le sonrió con ternura.
Boris sintió que su corazón se encogía. Algo en sus gestos, en su familiaridad, le provocó una profunda inquietud.
De repente, apareció una figura más pequeña en la habitación.
Boris tragó saliva con dificultad. Era una niña de unos seis o siete años, con cabello rubio y ojos grandes.
La niña corrió hacia Carina, quien la levantó en brazos y la hizo girar en el aire riendo.
Boris sintió que sus piernas se volvían débiles.
La niña se parecía de manera asombrosa a Nina cuando era pequeña: la misma forma de ojos, la misma nariz fina y delicada.
Imágenes de los álbumes familiares de su esposa aparecieron en su mente con dolorosa claridad.
«No puede ser…», susurró para sí mismo.
En ese momento, otro hombre entró en la habitación.
Era más joven, probablemente de la edad de Carina, y tenía algo familiar que hizo estremecer a Boris.
El hombre abrazó a Carina y luego tomó a la niña en brazos.
Los tres adultos parecían estar discutiendo algo importante, y la atmósfera en la sala se volvió de repente tensa.
Boris se inclinó un poco más, intentando oír algo.
En ese momento, su pie golpeó un cubo metálico que estaba junto a la puerta, y lo volcó con un fuerte estruendo.
Se quedó paralizado. La conversación dentro cesó de inmediato.
La puerta se abrió y el hombre más joven salió al umbral, sus ojos recorriendo el entorno.
— ¿Quién anda ahí? —gritó.
Boris permaneció inmóvil, oculto en la sombra.
El hombre dio unos pasos hacia el patio, y la luz del porche iluminó su rostro. Y entonces Boris sintió que el tiempo se detenía.
Ese rostro… era una versión más joven del suyo.
Los mismos ojos marrones, la misma mandíbula, la misma arruga de preocupación entre las cejas.
Era como mirar en un espejo que le devolvía su pasado.
— ¿Victor? —susurró, saliendo involuntariamente de su escondite.
El hombre se dio vuelta bruscamente y sus ojos se agrandaron por el susto.
— ¿Cómo… quién es usted? —preguntó dando un paso atrás.
— Boris Gligovici. Soy… el médico de Carina.
Victor palideció visiblemente, incluso bajo la tenue luz del atardecer.
— ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Qué quiere?
Carina apareció también en la puerta, y al ver a Boris, dejó escapar un grito ahogado.
— ¿Doctor? ¿Qué hace usted aquí?
Boris sintió cómo la ira y la confusión lo invadían.
— Estoy aquí por esto —dijo, señalando su mano, en la que brillaba la alianza de Nina—.
Quiero saber cómo llegaste a tener el anillo de mi esposa fallecida.
El hombre mayor también salió a la puerta, sujetando a la niña de la mano. Cuando vio a Boris, se quedó paralizado.
— ¿Boris? —susurró con voz temblorosa—. ¿Eres tú?
Y entonces Boris lo reconoció. Era Andrei, el padre de Nina. El hombre al que no había vuelto a ver desde el entierro de su hija.
— ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué están todos juntos? ¿Quién es esta mujer? ¿Y quién es esta niña?
Carina dio un paso al frente, y en sus ojos había una nueva determinación.
— Creo que debería entrar, doctor. Tenemos mucho que hablar.
En la sala, la tensión era tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo.
Boris se sentó al borde de un sillón, incapaz de relajarse.
Carina y Victor estaban sentados en el sofá, mientras Andrei sostenía a la niña en su regazo, en el sillón frente a ellos.
—¿Qué es todo esto? ¿Una conspiración? —preguntó Boris, intentando controlar el temblor en su voz—. ¿Quiénes son ustedes?
Carina frotó nerviosamente el anillo —el anillo de Nina—.
—Mi verdadero nombre es Carina Mălinescu. Soy la hermana de Nina.
Boris se quedó sin aliento.
—Nina no tenía hermana. Era hija única.
Andrei negó con la cabeza.
—No, Boris. Nina tenía una hermana menor, Carina. Pero mi esposa se la llevó cuando nos separamos.
Las niñas eran pequeñas entonces. Ella se fue a Moldavia, donde volvió a casarse. Yo me quedé con Nina.
Carina continuó:
—Crecimos separadas. Yo en Chisináu, Nina aquí. No nos reencontramos hasta que fuimos adultas, dos años antes de… el accidente.
—¿Accidente? ¡Nina se quitó la vida! —gritó Boris, incapaz de controlar sus emociones.
Victor intervino, y el tono de su voz recordó dolorosamente a Nina.
—No, Boris. Ella no se suicidó. Fue realmente un accidente, pero las circunstancias eran… complicadas.
—¿Quién eres tú? —preguntó Boris, aunque en su interior ya intuía la respuesta.
—Soy el hijo de Nina. Su hijo.
Las palabras cayeron como un rayo. Boris sintió que la habitación comenzaba a girar.
—Imposible. Nina no podía tener hijos. Lo intentamos durante años…
—No, Boris —intervino Andrei—. Los médicos te dijeron que Nina no podía tener hijos porque ella les pidió que te lo dijeran.
Ya estaba embarazada cuando ustedes se casaron.
Boris se levantó de golpe. Necesitaba aire.
—¿Por qué me lo habría ocultado? ¿Por qué habría escondido a su propio hijo?
Carina se acercó y le puso una mano en el brazo.
—Porque tenía miedo. Porque tú le dijiste desde el principio que no querías tener hijos. Que ambos debían concentrarse en sus carreras.
—¿Pero por qué no me dijo que estaba embarazada? Podríamos haber…
—Te lo dijo, Boris —interrumpió Victor con amargura—.
Te lo dijo, y tú la llevaste a la clínica para abortar. Pero no pudo hacerlo. Me tuvo, pero te hizo creer que había terminado con el embarazo.
Boris cayó de nuevo en el sillón, abrumado por las revelaciones. Era cierto… recordaba aquella conversación.
Nina había venido llorando y le había dicho que estaba embarazada, y él había reaccionado según su plan de vida: sin hijos hasta que ambos consolidaran sus carreras.
Recordaba haberla llevado a la clínica, haberla esperado en la sala, y cómo salió pálida pero aparentemente aliviada.
—¿Quién crió al niño? ¿Tú, Andrei?
El hombre mayor asintió.
—Sí, junto con la hermana de Nina, Carina, que regresó cuando Victor tenía tres años.
Nina venía cuando podía, con la excusa de asistir a congresos médicos o visitar amigas. Hasta que…
Carina continuó:
—Hasta que decidió que ya no podía vivir así. Esa doble vida la estaba destruyendo. Decidió contarte la verdad sobre Victor.
—¿El día del accidente? —preguntó Boris, recordando de pronto la discusión que tuvieron aquella última mañana, cuando Nina le dijo que tenía algo importante que contarle.
—Sí —confirmó Victor—. Venía de aquí, de nuestra casa. Estaba decidida a contártelo todo. Pero en el camino…
La niña, que hasta entonces había estado callada, se acercó a Boris y lo miró con esos ojos que tanto se parecían a los de Nina.
—¿Eres mi abuelito? —preguntó con inocencia—. Papá dijo que mi abuelito es médico.
Boris sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.
—¿Cómo te llamas, pequeña?
—Nina —respondió con orgullo—. Como mi abuelita, que está en el cielo.
Carina se acercó y puso su mano sobre el hombro de Boris.
—La alianza… Nina me la dio antes del accidente. Me dijo que si alguna vez te pasaba algo grave, debía contarte la verdad y devolverte el anillo.
Pero cuando murió… no pude. Victor acababa de perder a su madre, estaba destrozado. Decidimos guardar el secreto. Hasta que…
—Hasta que te convertiste en mi paciente —completó Boris—. Una coincidencia…
—No del todo —intervino Andrei—. Nina sabía que trabajabas en ese hospital.
Cuando Carina tuvo que operarse, pensamos que tal vez era una señal. Era hora de que supieras la verdad.
Boris observó sus manos temblorosas. Siete años.
Siete años creyendo que Nina se había quitado la vida por depresión, mientras en realidad vivía una doble vida para proteger a su hijo del rechazo.
Siete años en los que había tenido un hijo —y una nieta— sin saberlo.
—¿Por qué justo ahora? —preguntó, mirando de nuevo a Carina.
—Porque Victor y Alexandra se van al extranjero.
Porque la pequeña Nina tiene derecho a conocer a sus dos abuelos antes de irse.
Y porque quizás, después de siete años, es hora de salir de las sombras de los secretos de Nina.
Boris miró a Victor —el hombre que era su hijo—, a la niña que llevaba el nombre de su esposa, y al anillo que brillaba en el dedo de Carina.
—¿Puedo pedirte algo? —preguntó en voz baja.
Carina asintió.
—Quisiera recuperar la alianza. Es… todo lo que me queda de ella.
Carina sonrió con tristeza y se quitó el anillo.
—Nina habría querido que lo recuperaras. Siempre esperó que algún día fueran una familia.
Cuando Boris tomó el anillo en sus manos, sintió su peso familiar.
Pero ahora, esa pequeña pieza de oro no solo llevaba el recuerdo de Nina, sino también la historia de una vida paralela, de un hijo desconocido y de una nieta que llevaba su nombre.
—¿Crees que podrías… —comenzó Victor con cautela— ser parte de nuestras vidas?
Al menos por un tiempo, antes de que nos vayamos.
Boris miró el rostro del joven —un rostro tan parecido al suyo— y por primera vez en siete años, sintió cómo el hielo alrededor de su corazón empezaba a derretirse.
—Creo que eso es lo que Nina habría querido —dijo en voz baja—. Y quizás… yo también lo quiero.